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domingo, 27 de diciembre de 2015

¿Vida en Marte o... petróleo?

    
   

      Cuando en 1877 se descubrían sus dos menudísimos satélites, y la Luna parecía a la sazón distar unos 40 km, se observaban manchas rojizas como continentes marcianos, junto a mares de tono verdoso. En la era atómica, desvela lechos secos de ríos, con sus afluentes y meandros, y fondos lacustres bajo sedimentos, signos de un planeta otrora caliente y húmedo; cuyas aguas acogieron, hace diez veces más tiempo del que tarda en generarse petróleo, zooplancton (desde protozoos a medusas) y moluscos, etc. Si allá donde las estaciones casi se doblan las corrientes marinas arrastraron la materia orgánica a lagunas de aguas serenas, que la sedimentación aisló, para degradarse en aceite a los trescientos millones de años, ¿qué sentido tendría extraer petróleo sin combustión posible en atmósfera tal, con el ciclo del carbono roto por la inactividad volcánica, a una distancia mínima de 56 millones de km?
     La NASA se ha propuesto la «terraformación» de Marte, a base de satelizar espejos, que derretirán sus casquetes polares, y la siembra de clorofíceas por una flota de sondas. Pero se puede barruntar que el agua, antes de teñirla el alga verde, se vaporizaría a merced del viento solar. ¿Es ese, por tanto, el verdadero propósito de tan astronómica inversión de dólares? La respuesta reside en los proyectos espaciales con la ESA para lanzar naves proyectil contra asteroides y estudiar su fragmentación, desvío orbital... Pues si cada año cae sobre la Tierra un objeto con la energía de 5 kilotones, sólo compensan del golpe y su secuela esos de los que beneficiar carbono o hierro.
     En suma, desde miras mercantilistas, el vulnerable Marte satisfaría mejor nuestras crecientes necesidades energéticas reducido a asteroides, regeneradores del famoso cinturón, que como planeta económicamente habitable. Baste recordar que el petróleo se encierra en una roca almacén, cuya caída en forma de aerolito se podría provocar hacia las áreas desérticas de la Tierra, como la Antártida, sin el oro negro alcanzar en toda su trayectoria temperatura como en el oleoducto de Alaska (por la mala conductividad térmica de la roca).

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