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jueves, 10 de septiembre de 2015

«Están entre nosotros...» los ilusos



   
     No es por acaso que los avistamientos de ovnis se sucedieran en mayor cuantía durante la guerra fría y la carrera espacial: sígase la evolución desde los globos estratosféricos (para la captación de explosiones nucleares), pasando por los aviones espía U-2, hasta los satélites de reconocimiento. Un astrofísico como Armentia publicó, años ha, la lista de fenómenos atmosféricos ingenuamente confundidos con naves extraterrestres: meteoritos, basura espacial, el propio Venus... Supuestas señales de «hombrecillos verdes» (LGM-1 y 2) por la exacta regularidad de sus pulsaciones, con períodos de 1,3 y 1,2 s, resultaron estrellas de neutrones en rotación (púlsares). Los siguientes «ovnis con base submarina», verbigracia, son un parhelio, que se debe a cristalillos de hielo en las nubes, como el halo.




     Quienes columbran visitas a lo largo de la historia del planeta azul cuentan tradiciones fabulosas, como la de esos indios de las praderas, los dakota, cuyos antepasados se transmitieron la visión, en 1861, de un gran pájaro blanco inafectado por las balas. Es lo curioso que el antedicho año estalló la guerra de Secesión y fue construido el primer acorazado moderno, con una torre blindada giratoria. Las explicaciones racionales de las rarezas celestes suelen fundarse en tan prosaicos malentendidos como la credulidad del ufólogo, nacida del egocentrismo por  que se exalta este mundo sublunar destino necesario para aquellas inteligencias remotas. Vale argumento estólidamente circular el suyo: indicios de otros seres buscando vida allende su mundo demuestran su preeminencia, y, precisamente gracias a ella, fuerza es que nos filien. 
    Seguiré tratando en enigmas inexplicados asuntos de mayor fuste que rebatir la ufología, un «simulacro de investigación científica», según la R.A.E.
   

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